O seguinte texto forma parte do nº 0 da nova revista 15/15\15 que se pode ler en http://www.15-15-15.org/num0 e que está ambientado nun ano 2030 no que a nosa sociedade se ten transformado profundamente a consecuencia de só ficar o 15% da enerxía neta que ate agora nos deu o petróleo.
Con los pies en el suelo, y por qué no les gusta
Con los pies en el suelo... así es como hemos tenido que afrontar los
 últimos diez años, y eso no les gusta. Ya sabéis a quiénes me refiero. 
Cuando comenzó toda esta era de transición, en aquella época en la que 
todavía la mayoría de voces, medios y “autoridades” le llamaban crisis 
(de una crisis se sale, de esto no), nadie se imaginaba haciendo las 
cosas que hacemos hoy en día. 
Hace apenas 20 años era suficiente con ir a un supermercado o gran 
superficie comercial para asegurarte el 100% de las cosas que 
necesitabas. Tenías desde comida hasta electrodomésticos, pasando por 
ropa, herramientas, productos para el hogar, farmacología... incluso 
podrías comprar vehículos a motor. Solo había una regla: poder pagarlo 
con dinero y solo los euros estaban en circulación en la España de 
entonces.
No hace falta que enumere las dificultades que atravesamos hoy en día 
para conseguir todo aquello que necesitamos, todos lo sabemos y lo 
sufrimos en nuestras propias carnes. Lo que sí me gustaría analizar en 
este artículo es el cómo funcionaban algunas cosas, y porqué ya nada de 
todo aquello es así ahora. Ojalá a muchos de los jóvenes que podáis 
estar leyendo estas líneas, os ayuden a comprender el porqué nos cuesta 
tanto adaptarnos a esta vida a todos aquellos que tenemos más de 30, 40 o
 50 años.
Los alimentos
¿Porqué ahora solo tenemos acceso a alimentos frescos de proximidad? 
¿Siempre ha sido así? No, ni mucho menos. Antaño en las baldas del 
supermercado podías encontrar a tu disposición bandejas de plástico, 
llenas de alimentos frescos traídos de todas partes del mundo en cámaras
 refrigeradas, envueltos en más plástico. De todo el mundo, sí, de 
verdad. Alimentos frescos venían cargados en aviones, barcos y camiones 
desde Asia, América, África, Oceanía, y por supuesto desde toda Europa. 
¿Cómo era esto posible? Fácil, gracias al petróleo. Si, otra vez, ya 
estamos hablando del maldito petróleo, pero es que no tenemos más 
remedio, este oro negro lo dominaba todo. La energía económicamente 
barata (y medioambientalmente cara como ahora comprobamos) que suponía 
el petróleo permitía este y otros excesos... como que estos productos 
terminasen en la basura sin ni siquiera haber sido consumidos o 
aprovechados.
Hoy, por pura necesidad, nos vemos obligados a cultivar los alimentos 
frescos en nuestro entorno cercano, allí a donde podemos llegar andando,
 a pedales o —los más afortunados— con algún modesto vehículo eléctrico.
 Hoy nos vemos forzados a practicar la horticultura urbana en nuestras 
propias ciudades para poder comer decentemente.
Muchos diréis “pero si en las bandejas de las tiendas sigue habiendo 
productos frescos...”. Si, pero mira su procedencia, ninguno viene más 
allá del radio de acción rentable de la propia tienda. No se te 
ocurriría buscar tomates o fresas en pleno mes de diciembre, ¿verdad? 
Pues antes las había, venían del otro hemisferio de la tierra.
Ahora, no conozco a ni un solo urbacultor que no aproveche al máximo los
 alimentos que produce. Como ya hemos venido contando en nuestra 
revista, en varias de nuestras ciudades incluso se han visto obligados a
 vallar y proteger las huertas para que las cosechas no desaparezcan 
durante la noche. ¿Sigue habiendo gente que consume productos frescos 
fuera de temporada? Sí, claro, todos sabemos quiénes son, y cómo los 
cargamentos de víveres llegan a sus barrios y enclaves privados, 
amurallados y repletos de seguridad high-tech. Todos sabemos de dónde 
procede su poder, su dinero. Todos sabemos quiénes son sus amigos, esos 
mismos que siguen disfrutando de huevas de esturión que han viajado 5000
 km por rutas protegidas.
Afortunadamente hemos logrado consolidar en la última década 
alternativas válidas, autónomas y suficientes a través de la producción 
para el autoconsumo, el trueque de excedentes, el comercio y los 
mercadillos locales, las cooperativas de producción y consumo, las 
cooperativas de relocalización integral, etc. Hemos creado una realidad 
posible, sustentable y soberana. Y eso hace que el caviar se les 
atragante, creedme.
El transporte
Seguro que estáis asqueados de ver fotos y vídeos de todos aquellos 
coches de gran cilindrada a gasolina o diésel. Muchos todavía nos 
acordamos de cómo podíamos llegar a la gasolinera y decir “lleno, por 
favor”. Al fin y al cabo, solo han pasado... ¿cuánto? ¿quince años?... 
desde que comenzaron los racionamientos de combustible. parece una 
eternidad. Mientras repostabas nunca se te pasaba por la cabeza que todo
 aquello se acabaría pronto. Era impensable. A ellos no les interesaba 
que lo pudieras llegar a pensar.
Sí, algunos ya pensaban por entonces en alternativas de movilidad, 
transporte ecológico o eficiente, incluso la bicicleta creó modas y 
tendencias en grandes ciudades en el comienzo de siglo. “Masa crítica” 
le llamábamos los pioneros, sin saber cuánto tiempo iba a tardar en 
formarse esa masa crítica que cambiase para siempre la movilidad urbana y
 que iba a ser por la fuerza de los hechos, porque no quedaba otra. Pero
 por cada bicicleta, cientos o miles de coches se movían por las 
carreteras cada día a tu alrededor durante el reinado del petróleo. 
¿Increíble, verdad? En realidad era sencillo: el propio petróleo servía 
para distribuir el petróleo. Él mismo era el que posibilitaba que 
llegase a todas partes. ¿Qué pasa ahora que queda tan poco, que su coste
 es prohibitivo y que solo tienen acceso a él los privilegiados? Pues ya
 veis, ahora la bici no es una moda, es una necesidad. Ahora caminar no 
es un deporte, es que no tienes más remedio. Ahora ya no hacemos 200km 
para ir a visitar a la familia cada fin de semana. Ahora ya no cogemos 
el coche para movernos 1km hasta el supermercado o 3km al cine. Ahora, 
simplemente ya no podemos coger el coche.
Nuestro pequeño coche comprado en la primera década del siglo estará 
cogiendo polvo en el garaje, si es que aún no nos hemos acogido al 
programa de minería urbana y nos lo han recogido para obtener algo de 
metal en la central siderúrgica de nuestra área comarcal. El mío es muy 
viejo, de 2005, pero todavía funciona perfectamente. Lo enciendo un 
poquito cada semana para comprobar que sigue operativo e intentar 
mantener la batería en buen estado. Su depósito de combustible todavía 
está por la mitad, y lo guardo como oro en paño para una emergencia, por
 si en algún momento necesito llevar a alguien al hospital o tuviéramos 
que salir precipitadamente de la ciudad por algún ataque o accidente 
químico como los sucedidos en varias ciudades de nuestra Confederación 
durante los últimos años. Ya no lo cojo a diario o para ir a hacer la 
compra, como hacía hace 15 años. Ahora, supondría un lujo absurdo e 
irresponsable, y no estoy seguro de que pueda volver a llenar ese 
depósito en el momento en que termine mi preciada reserva de gasoil 
añejo tratado con conservantes.
La energía
Recuerdo que una de las cosas que más me preocupaban sobre la energía
 allá por 2013 o 2014 era el cómo haríamos para calentarnos en invierno 
cuando llegase la escasez energética a la que ahora ya nos hemos 
acostumbrado. Por aquel entonces vivía en un piso cerca de Compostela y 
calentarse era tan fácil como darle al botón del radiador eléctrico. 
Radiadores conectados a la red eléctrica general, con los que 
calentábamos toda la casa. Fijaos, ya por aquel entonces teníamos la 
energía eléctrica más cara de Europa (el oligopolio energético en 
nuestro territorio viene de lejos). Aun así podíamos permitirnos ese 
lujo... o más bien, no nos quedaba más remedio, los pisos no estaban 
preparados para otra cosa. O electricidad o gas.
Hoy en día estamos acostumbrados a que aquellos que viven en pisos 
tengan calderas o estufas de biomasa centralizadas y sistemas 
termosolares. Aquellos que vivimos en casas individuales es normal que 
tengamos chimeneas o estufas rocket. Nos preocupamos no tanto por 
producirlo sino sobre todo por conservar el calor y aislar bien nuestras
 viviendas. Si algo nos ha traído de bueno toda esta Gran Transición, es
 algo de conciencia sobre la necesidad de conservar y administrar 
sabiamente la energía.
El consumo
Hace 15 años si necesitabas, querías o te encaprichabas con algo 
simplemente lo comprabas (si podías pagarlo, claro). Si no lo había en 
el supermercado del barrio o en aquellas grandes superficies comerciales
 que rodeaban literalmente las ciudades, no tenías más que sentarte 
delante del ordenador, buscarlo por el Internet de aquella época, 
elegir, pagar de forma electrónica y una empresa de transporte de 
mercancías se encargaba de hacértelo llegar a casa quemando el gasoil 
que hiciese falta. Sí, da igual de dónde viniera el paquete o a dónde 
fuera, siempre había alguien dispuesto a llevarlo por un precio 
asequible. Yo mismo llegué a hacer compras que me llegaban desde 
América, Asia o Europa en apenas unos días.
Muchos de esos portales y tiendas virtuales ya no existen, otros han 
sobrevivido vendiendo a los más ricos en la NeoNet, pero la mayoría 
fueron echando el cierre a lo largo de la pasada década por la 
imposibilidad de hacer llegar sus productos a sus clientes a precios 
razonables o afectados por los colapsos parciales de Internet y la caída
 generalizada del ancho de banda. Solo los productos de lujo, destinados
 a las castas más adineradas, son todavía vendidos de esta forma. Gente a
 la que no le cuesta nada pagar lo que haga falta por que ese producto 
llegue a la puerta de su casa y que tiene aún los medios telemáticos 
para encontrarlo.
El conocimiento
Hace tan solo tres décadas se crearon las bases de lo que hoy en día 
es el Conocimiento Libre. Internet fue la cuna de todo ello. Hasta ese 
entonces acceder al conocimiento era solo privilegio de las clases más 
altas. Aquellos que accedían a la universidad eran solo los que podían 
pagársela.
Tras unas décadas de universidad pública “al alcance de todos”, esto 
volvió a cambiar con el Gran Expolio Público del periodo 2010-2020, los 
“recortes” y los sucesivos cracks financieros. La oligarquía política 
recortó antes en educación y sanidad que en sus propios bolsillos o los 
de sus amigos y el conocimiento comenzó a ser otra vez privilegio de 
unos pocos. Solo que para entonces ya se había sembrado una semilla 
vital... el conocimiento libre.
Esa semilla comenzó a crecer y a desarrollarse como alternativa a la 
educación reglada y prohibitiva   que suponían las universidades 
supuestamente “públicas”. En 2015 me hubiera costado creer que llegaría a
 trabajar en una Universidad Rural Comunitaria, pero aquí estoy. En ella
 compartimos conocimientos y desarrollamos las aptitudes de la gente de 
nuestro entorno, sin importar su edad, condición social o económica. 
Recopilamos, clasificamos, almacenamos y generamos conocimiento para 
transmitirlo de forma libre a todo el mundo. 
¿Cuál es nuestro objetivo? Fomentar la soberanía personal. Que la gente 
pueda fabricar sus propios útiles, enseres, solucionar sus propios 
problemas, aprovechar y reparar todo aquello que usa en su día a día, 
curar muchas de sus enfermedades comunes, diseñar y construir sus 
propios hogares y herramientas... Esto, que en su momento empezó como 
una moda llamada “hazlo tú misma/o” (Do It Yourself o DIY en inglés) y 
que en los orígenes de la cultura humana era lo normal, ha vuelto a 
recuperar la importancia que había perdido durante la época de la 
especialización industrial, en la que la inmensa mayoría consumíamos 
solo aquello que había sido preparado en fábricas con grandes y 
complejas cadenas de montaje movidas por energía fósil. Ahora el 
artesanato local ha recuperado otra vez un papel central, pero ha sido 
por necesidad y no por decisión, ya que no podemos depender como en 
aquella época del esplendor consumista-industrial del consumo de 
productos o vienes traídos (cuando no deberíamos decir “saqueados”) de 
otras partes del mundo. Ahora, que ya no podemos esperar que otros nos 
solucionen nuestras necesidades; ahora, que ya no tenemos aquel tejido 
industrial que nos aseguraba la descomunal cantidad de bienes que 
consumíamos... solo ahora, hemos aprendido que nosotros somos mucho más 
de lo que quisieron hacernos creer. Somos soberanos, y eso, por 
supuesto, sigue sin gustarles.
 
 







